Transforma las derrotas en lecciones. Aprende cómo el liderazgo y la resiliencia te impulsan a convertir los fracasos en oportunidades de éxito
Hace algunos años, salí derrotada y abrumada de un evento que organicé. Había pasado meses con la idea en la cabeza. Había invertido tiempo y recursos en hacerlo realidad. Cuando finalmente ocurrió fue un verdadero desastre. Me repetía que todo había sido un rotundo fracaso y esa palabra me generaba una sensación de frustración, preocupación y una vergüenza enorme. En mi cabeza rondaban un montón de ideas fatalistas y futuros apocalípticos que nunca ocurrieron.
Al salir de la locación, tomé un taxi y abrí Instagram buscando una distracción a mis pensamientos. Lo primero que apareció en mi timeline –como si el algoritmo leyera mi mente… bueno, ¿acaso no lo hace?– fue un post de Renata Roa con una única frase, aquella con la que se titula el famoso libro de John C. Maxwell: “A veces se gana, a veces se aprende”.
Y a veces, agregaría yo luego de esa epifanía digital, solo hace falta que el algoritmo haga su magia para que te caigan algunos veintes.
Algunas cosas se han dicho sobre el fracaso, pero creo que no conozco a alguien que haya hablado más sobre este tema que Pepe Villatoro, a quien una vez le escuché decir en el podcast de un amigo en común, Manuel del Valle, que “el fracaso es información esperando ser atendida. Información que antes no tenías”.
Confieso que tengo esa frase escrita en mi cuaderno de cosas y mensajes que llevo para la vida. Así que cuando empecé a escribir estas líneas no dudé en contactar a Pepe, un ferviente emprendedor y co-fundador de FuckUp Nights, un proyecto con el que lleva más de 12 años hablando del poder transformador que tiene el fracaso como herramienta de aprendizaje.
Pepe, muy generosamente, atendió a mi llamada y contestó mis interrogantes.
En algún momento nos creímos la idea de que podemos “ser un fracasado”. Los fracasos nos duelen porque tocan fibras profundas de nuestra identidad.
Vivimos en un mundo que glorifica el éxito y el triunfo, definidos como el reconocimiento de otros y el tener más que los demás. En esta sociedad, el fracaso se convierte en una antítesis a lo que consideramos valioso. Y terminamos relacionando vivir un fracaso con ser una persona que vale poco.
Todos los días vemos gente con historias de éxito simplificadas y maquilladas en películas, redes sociales y revistas. Esto genera una distorsión en nuestra expectativa de cómo debe ser nuestra historia de vida.
Nos duele porque al fracasar sentimos que estamos fallando no solo en nuestras metas, sino en quienes somos como personas. Esa percepción puede ser devastadora, ya que el fracaso desafía nuestras creencias sobre nuestras capacidades y valor personal.
Las ideas que tenemos sobre el fracaso y el éxito crean una presión abrumadora.
Por un lado, las empresas son por definición un ambiente competitivo y siempre habrá una empresa mejor o más grande que la tuya. Por otro lado, se dice que una empresa que no está creciendo, está muriendo (por ejemplo, contra la inflación y la competencia). Esas dos fuerzas sumadas generan una rueda de hámster en la que nunca nada es suficiente.
Muchos emprendedores se ven atrapados en una espiral de ansiedad y autocrítica, donde cada meta no lograda se convierte en una confirmación de sus peores miedos.
Somos especialistas en sufrir por lo que nos imaginamos que puede pasar, pero no ha pasado y probablemente nunca pase. Sufrimos gratis.
Las cargas son pesadas: la necesidad de agregar valor 24/7, las expectativas y críticas de todo el mundo y la sensación de soledad porque eres la única persona con ese nivel de responsabilidad. Con el tiempo, esto puede llevar a la depresión, al agotamiento y una sensación interna de escasez.
La creencia más dañina es sin duda la idea de que el fracaso es un reflejo de la falta de capacidad o talento.
Realmente el éxito depende mayoritariamente de nuestro privilegio: lugar de nacimiento, familia, nivel de salud, color de piel, género, si estudiamos o no y dónde, etc. Que no tengas el mismo éxito de Leonardo DiCaprio, Elon Musk o Taylor Swift no quiere decir que no tienes capacidad, ni que eres un(a) fracasado(a).
Esta creencia puede paralizar a cualquiera, impidiéndonos experimentar, aprender y crecer.
En lugar de ver el fracaso como una oportunidad para aprender y crecer, se convierte en un estigma que bloquea la creatividad y la motivación. Esa mentalidad de “todo o nada” en la que el éxito se mide solo por dinero, poder, control sobre otros o fama puede llevar a muchos a abandonar sus sueños antes de darles una verdadera oportunidad de florecer.
Dos regalos principales: carácter y confianza en mí mismo.
Cuando era más joven tenía dudas de mí mismo porque nunca había vivido una situación muy difícil. Dudaba si sería capaz cuando llegara algo muy feo a mi vida.
Luego, en el transcurso de pocos años perdí todo financieramente, un jefe corrupto me obligó a perder mi trabajo y perdí la relación con mi mayor mentor y amigo: mi papá. Salir adelante me ayudó a entender mejor quién soy y de qué soy capaz.
Mis fracasos me han enseñado que puedo vivir situaciones difíciles y salir adelante, siendo fiel a mí mismo. Siempre viviendo alineado a mis valores y principios.
También me han enseñado a vivir más en el presente, a enfocarme en lo que puedo controlar y a tomarme menos en serio.
A principios de noviembre de 2024, tuve la oportunidad de ser parte de un evento de Efecto Wow con Liz Gilbert, quien en sus últimos libros y conferencias se ha centrado en hablar sobre creatividad y miedo.
La idea que nos han enseñado sobre el fracaso, solo genera miedo y el miedo es el principal inhibidor de la innovación y la curiosidad por experimentar. Con Liz hicimos un ejercicio donde vimos que los miedos no son exclusivos. Si identificamos nuestros miedos en torno al fracaso y los compartimos con alguien más, nos daremos cuenta de que hay mucho en común y que esos miedos son menos importantes de lo que creemos. Bajo esta perspectiva, se abre la oportunidad para un cambio de mindset, para crear desde otro lugar, disfrutando del proceso de ver materializar nuestras ideas y de hacerlas más robustas gracias a las experiencias vividas. Esto aplica no sólo para emprender, sino también para la vida misma.
En las charlas que doy sobre autoconocimiento y mi búsqueda personal del bienestar, hablo de cuatro estadios para conocernos y volver a conectar con nosotras y nosotros mismos. La relación es muy obvia: el autoconocimiento desde mi punto de vista es la base del bienestar y es en este estado cuando nos abrimos a la creación. Ahora, si trasladamos estos cuatro enunciados a aquellas cosas que no salieron como las habíamos planeado y a través de estos nos hacemos algunas preguntas, posiblemente el aprendizaje pueda ser más visible.
- Cuestiona. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué ocurrió de esa manera?
- Escucha. ¿Hubiese sido diferente el resultado si hubiese hecho esto o cuál cosa?
- Reconecta. ¿Qué decisiones, creencias y acciones contribuyeron a ese resultado?
- Crea. ¿Hay algo concreto que pueda hacer en este momento y con esta nueva información que me permita evitar repetir una situación similar?
Este ejercicio puede hacerse en grupo o de forma personal. Mientras más información se obtenga y más profundas las preguntas y respuestas, posiblemente habrá más claridad.
El evento aquel que fue un completo desastre no fue mi primer “fracaso” y tampoco el último. En mi colección de “ideas que no salieron como se planearon”, hay una marca de ropa para niñas y niños, una librería, una marca de zapatos, un proyecto gastronómico, una fiesta/tardeada en mi adolescencia y un par de sociedades rotas. En todas perdí algo: tiempo, recursos o personas. Pero en todas aprendí un montón, sobre los mercados en los que estaba creando, sobre nuevas formas de ejecutar un proyecto, sobre gestión, pero principalmente aprendí sobre mí.
Mis fracasos han sido un camino hacia el autoconocimiento y este el detonante de mi curiosidad para seguir aprendiendo, experimentando y emprendiendo.
Artículo publicado y extraído de Fast Company.
Editado por
Paola Palazón Seguel
Transformemos nuestra percepción del fracaso y utilicémoslo como catalizador del crecimiento.