¿Cómo sería vivir en un lugar donde el fracaso y la perfección tienen otro significado? Esta historia nos muestra un día promedio en la Fuckup Nation
Despiertas luego de un sueño inquietante. Abres los ojos sin levantarte de la cama y miras el techo consternado. Sólo fue un sueño, pero la realidad aún se siente distinta. Miras a tu alrededor, todo sigue en su lugar.
Algunos posters están ligeramente inclinados y el espejo ovalado que había a tu derecha ha desaparecido. ¿En realidad siempre hubo un espejo? Sigues recorriendo tu habitación con la mirada y descubres sobre la mesa de noche ese retrato familiar de siempre. Luce distinto: tus hermanos hacen muecas, tu padre parece estar a punto de decir algo y tu madre lo mira con ojos recriminadores. Tú sales con una cara espantosa, la boca torcida, un ojo medio cerrado y el otro el blanco. Es una pésima fotografía.
Continuas escaneando con la mirada para comprobar que todo sigue igual. Ahora te encuentras con el reloj. Vas media hora tarde al trabajo.
Sales de tu apartamento con prisa. Te angustia tu aspecto, intentas arreglar tu cabello con las manos y quitas las arrugas de tu camisa. No encontraste ningún espejo en casa. Caminas a paso apresurado hacia la oficina. Pasas por el puesto de periódicos de siempre, pero algo atrae tu atención de inmediato:
“No fue la decisión más acertada, corregiremos”
Dice el periódico en el titular. Debajo hay una foto del presidente. Tampoco es su mejor foto, te recuerda a las muecas que hacían tus hermanos en el retrato familiar. Tomas un ejemplar y te detienes a leer la nota:
“En conferencia de prensa, el presidente reconoció que los acuerdos a los que se llegaron el mes pasado respecto a la reforma de movilidad no fueron los ideales. Luego de compartir el informe, se hizo público que la pérdida total en este proyecto fue de $4 millones de…”
Estás perplejo. No puedes creer que tu presidente, ese saco de ego y orgullo, esté compartiendo algo tan comprometedor. Continuas leyendo unas líneas más abajo:
“… en una semana se convocará a la Asamblea Nacional del Fracaso para encontrar la solución más adecuada, redactar el post-mortem de la reforma y dar seguimiento a los nuevos ajustes junto al presidente.”
Sientes de repente un fuerte empujón. La chica que se estrelló contigo te pide una disculpa, se sintió extrañamente sincera y auténtica. Despiertas de ese pequeño trance y decides continuar tu camino a la oficina. Ahora vas más tarde que nunca.
En el camino vas ensayando tus disculpas, te despides del bono de puntualidad e imaginas la mejor ruta para no encontrarte con tu odioso jefe camino a tu cubículo.
Entras al edificio y lo que era un lobby con personas alborotadas de traje y corbata, es ahora un espacio irreconocible. Sin el hustle que lo caracterizaba, sin elevadores a reventar, sin caras largas y ojerosas. Jeans, vestidos, incluso algunas personas desarregladas o en pijama.
Subes por el ascensor y entras a prisa a la oficina. Te estrellas de frente con tu jefe. Tragas saliva y te dispones a recitar tu bien ensayada excusa. Sin embargo algo más brota de tu garganta, una pequeña chispa extraña te obliga a decir:
Tu jefe suelta una pequeña carcajada y te da una palmada torpe en la espalda.
Olvidas por un segundo el raro comportamiento de tu jefe, no logras encontrar el reloj checador de entrada. Ese diabólico artefacto que te ha robado sueldo y tranquilidad por las mañanas. Lo han quitado.
Al entrar a la oficina aparentas completa tranquilidad con toda la situación y decides ponerte al día con tus colegas, descubres que muchos han decidido tomar home office, o directamente renunciado para dedicarse a sus proyectos personales. Logras trabajar un par de horas, pero tu mente hace difícil continuar. Ayer parecía todo de lo más real, el estrés a tope, los reportes urgentes, la insatisfacción y el odio general hacia tu jefe. ¿Dónde están todos?
Decides salir a tomar un poco de aire. Te levantas poco a poco de tu asiento, miras de un lado a otro buscando temeroso la mirada inquisitiva de tu jefe. Sabes que no está, pero es un hábito adquirido.
Al salir y levantar la mirada para ver todo con más calma, te encuentras con un lugar distinto. Aunque todo se encuentra en su sitio, algo sigue luciendo diferente. Vuelves a detenerte en el mismo puesto de periódicos de la mañana, pero ahora te tomas el tiempo para ver más de cerca.
Los catálogos de belleza parecen ser menos agresivos. Las revistas de negocios cuentan cosas distintas: “Tips para superar una crisis”, “Top 5 errores de la semana”, “¿Despedido por primera vez? Forma parte de la comunidad”, “Suscríbete a los fracasados financieros.”
En todos lados se leen cosas inauditas: “Adquiere la nueva edición: Guerra Fría: la versión de los ganadores y los perdedores”, “Cuida tu salud mental, un trabajo a la vez”, “Descubre por qué la vacuna no funcionó”, “Solicita tu beca para el Fondo de Pasión Vocacional”, “No eres tu trabajo”, “La cagué”, “¡Que le den a los números!, así es como las empresas miden resultados.”.
Tantas letras se arremolinan en tu cabeza, sientes que pierdes el equilibrio y tus pies se deslizan como hielo sobre el pavimento.
Recobras el equilibrio gracias a dos personas que se detuvieron para sostenerte. ¿Quiénes son estas personas tan amables y despreocupadas? ¿En dónde estoy?
Decides volver a la oficina. Tal vez pidas el día de mañana para averiguarlo.
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