El miedo al fracaso es temer a ese nudo en la garganta, al llanto contenido, a ruborizarse o a no encontrar palabras para compartirlo.
Si algo hemos aprendido en nuestros 10 años escuchando historias en Fuckup Nights, es que el fracaso es incómodo y universal. Y que en mayor o menor medida, causa temor.
Sin embargo, la narrativa de “miedo al fracaso” se ha convertido en una muletilla para englobar situaciones más abstractas. En este caso, cuando decimos “temer al fracaso”, nos referimos a muchas cosas; le tememos a sus consecuencias: a ser despedidos, a perder dinero, a dañar nuestra reputación, a traicionar expectativas ajenas y propias o faltar a nuestros valores.
El miedo al fracaso es un miedo a ese nudo en la garganta, al llanto contenido, a ruborizarse o a no encontrar palabras para compartir malas noticias. ¿Quién no quisiera que cometer errores fuera un hecho rápido y silencioso para continuar con nuestras vidas? Es un temor natural ligado a la culpa y la vergüenza.
Poco está bajo nuestro control. Pero, curiosamente, ese “poco” hace una gran diferencia ante la experiencia de fracasar. Podemos gestionar cómo nos relacionamos ante un error y cómo manejamos la culpa y la vergüenza post-fracaso. Y ¿por qué no? ponernos ambiciosos e incluso intentar controlar las reacciones colectivas al fracaso. Pero ¿cómo?
Eso desagradable que sentimos al fracasar es una mezcla de emociones viscerales de miedo, culpa y vergüenza. Y aunque se sientan parecidas, son cosas muy diferentes.
El miedo es una emoción poderosa, nos prepara ante un peligro que amenaza con nuestra seguridad física o mental. Nos prepara para huir (o no) de situaciones reales o imaginarias (tan imaginarias como esos escenarios mentales catastróficos que surgen al fracasar.)
Este miedo sirve como materia prima de la culpa y la vergüenza. Dos conceptos que solemos confundir y usar incorrectamente.
Cuando hablamos de vergüenza, hablamos de una emoción social derivada de situaciones que podríamos considerar socialmente inmorales o reprobables. Alrededor de los dos años de edad, nos empezamos a percibir como seres independientes de nuestros padres, capaces de actuar y ver las consecuencias posteriores. Con el tiempo aprendemos lo que es correcto, el deber ser y las normas sociales. La vergüenza es una defensa a una falta que nos amenaza con dejar de pertenecer.
Aunque es un mecanismo de adaptación social para identificar, adoptar o fijar conductas y expectativas sociales aceptables, puede ser una emoción negativa y paralizante.
Ante el temor de “no ser dignos”, la vergüenza nos dice que es porque “somos malos”, mientras que la culpa nos dice que es porque “hicimos algo malo.” Esta sutil diferencia es crucial.
La culpa es otra emoción derivada de nuestra autoconciencia, diferenciarla de la vergüenza nos puede dar alternativas para manejar y reaccionar mejor ante un fracaso.
Esta diferencia entre “ser” y “hacer” algo malo nos ofrece dos escenarios mentales distintos: uno más propositivo que el otro y con más espacio para la mejora. Para no ponernos más psicoanalíticos, Brené Brown, escritora e investigadora sobre el tema, lo resume excelentemente:
“La culpa nos dice: ‘He hecho algo mal o he fallado en lograr algo que está alineado con mis valores. Eso se siente terrible. Debo enmendarlo, hacer un cambio y hacerme responsable. Necesito solucionarlo.’”
Decir que la culpa es mejor que la vergüenza es arriesgado. Siguen siendo emociones negativas que de ser ocultadas o gestionadas incorrectamente, pueden derivar en otras consecuencias psicológicas. Sin embargo, podemos decir que la vergüenza es menos constructiva, y al ser sustituida por la culpa, nos aleja del agobio de ser el problema y nos acerca al deseo de enfocarnos en soluciones y acciones para contrarrestar ese sentimiento.
Ahora, la pregunta es ¿cómo sustituir la vergüenza por culpa?
Los diálogos internos de compasión extrema hacia nosotrxs mismxs juegan un papel crucial en la habilidad de desarrollar resiliencia ante crisis y fracasos. Si un amigo muy querido o algún familiar cometiera el mismo error que tú, ¿cómo intentarías consolarlx?
Es necesario enfocarnos en hechos reales: somos humanxs, cometemos errores, no somos perfectxs. Esto nos permite ampliar nuestro vocabulario con palabras relacionadas a la aceptación y el perdón. Perdonar y aceptar los errores de una “versión pasada” de nosotrxs nos ubica en un canal de transformación constante.
La psicóloga social Marilyn A. Cronish propone un método terapéutico de las “Cuatro R” para encontrar el autoperdón:
Como individuos podemos reconfigurar nuestra relación con el fracaso y buscar atender el miedo, la vergüenza y la culpa, sin embargo, como parte de una sociedad, las acciones que tomemos pueden cambiar la raíz del problema, esto es: cómo reaccionamos y gestionamos los fracasos.
Cuando no cumplimos ciertas expectativas, inevitablemente tenemos la sensación de no haber estado a la altura de una situación personal, laboral, académica o social. Nos sentimos un fracaso. Y esa sensación no es más que la forma en que se nos ha enseñado a juzgar y ser juzgados.
En los espacios donde nos relacionamos suelen haber señalamientos, juicios de valor y consecuencias desmedidas por fallar, esto nos condena a dejar de intentar, no tomar oportunidades y ocultar ciertos aspectos propios para no ser expuestxs.
En ámbitos laborales, tener un plan de gestión de fracasos es importante para cualquier organización. Y es por eso que en Fuckup Nights desarrollamos un plan de aprendizaje para culturas organizacionales llamado The Failure Program, donde proponemos:
En ámbitos familiares y académicos, poner sobre la mesa el fracaso y cuestionar expectativas también abre espacios valiosos para redefinir estos conceptos.
En 10 años hemos aprendido eso. No se trata de evitar y frenar, se trata de afrontar, gestionar y no olvidar que somos personas. Has fracasado y eventualmente lo harás. ¿Cómo te gustaría abordarlo?
Editado por
Transformemos nuestra percepción del fracaso y utilicémoslo como catalizador del crecimiento.