Con tantas expresiones e identidades, ¿por qué el éxito tendría que ser tan limitado?
Entre las (muchas) razones por las que lloró mi madre cuando salí del clóset fue por el futuro que me esperaba.
Ella me imaginó con esposa, cuidando de hijxs en una casa propia en los suburbios, mientras yo trabajaba en la ciudad, con un coche medianamente bueno. El que yo saliera del clóset sólo significaba una cosa: moriría solo, en un pequeño apartamento rentado.
No la culpo. Se le aprendió a pensar así. Es la vida a la que se nos ha condenado desde hace mucho tiempo, en particular cuando ella aprendió lo que significaba ser feliz y exitoso. Llegué a escuchar que un matrimonio pasa por muchas pruebas difíciles, pero que con hijos y un patrimonio en común, se puede mantener una familia por muchos años hasta la muerte.
En un principio yo lo creí así. Y aún fuera del clóset y con una pareja estable, mi futuro luce como una adaptación de su visión ideal. Dos gatos, un esposo trabajador y nuestro apartamento propio.
Sin embargo, si actualmente cuestionamos las normas sociales con “nuevas” expresiones de género, identidades sexuales y vínculos afectivos. ¿Por qué seguimos los ideales de éxito tradicionales (a.k.a. heteronormados)?
En la década de los 30’s, un periodo entre guerras donde el nacionalismo y la “buena moral” eran determinantes, surge en Estados Unidos el Código Hays . Una serie de normas para regular el contenido en la industria del cine y la televisión.
Propuesto e impulsado por comunidades conservadoras, políticas y religiosas, este código buscaba cuidar los valores tradicionales, sostener la cultura de Estados Unidos y proteger a las audiencias jóvenes.
Durante décadas, se censuraron: malas palabras, desnudos totales o parciales, temáticas de venganza, uso de alcohol, líderes religiosos ridiculizados, blasfemias, adulterio, etc... y entre todas estas, la representación de personajes o situaciones que indicaran preferencias sexuales fuera de la norma.
Esta serie de restricciones dieron paso a un fenómeno que actualmente se conoce como Queer Coding.
Si bien nosotroxs no podíamos ser protagonistas, heroínas, ni siquiera miembros de bien en la sociedad, estaba bien visto poner personajes antagonistas que aludieran (no abiertamente) a la comunidad LGBTIQ+. Siempre y cuando, por supuesto, tuviéramos nuestro merecido como “los malos”.
Entonces se insinuó nuestra existencia a través de estereotipos: hombres afeminados, cobardes y rencorosos. Mujeres poderosas, toscas y exageradas. Fuimos personajes solitarios que complicaban la vida de los héroes masculinos y musculosos y encerrábamos a las frágiles y femeninas princesas.
Con el tiempo, el Código Hays fue pasando a segundo plano, y varias productoras se tomaron más libertades respecto a sus contenidos.
Y aunque en la década de los 60’s este código fue sustituido por el sistema actual de clasificaciones (G, PG, PG-13, R, etc…), la práctica de retratar a lxs villanxs como estereotipos de la comunidad, siguió sucediendo incluso varias décadas después.
La representación de villanos se fue diluyendo, pero comenzaron a retratarse realidades que se enfocaban exclusivamente en la victimización. Nuestra vida se ligó a la soledad, a la enfermedad, el rechazo, la controversia y la muerte.
Cada vez más, los límites se fueron empujando. Y la representación estuvo en manos de artistas queer que comenzaron a ganar terreno y a retratar la realidad con justicia y responsabilidad. Poco a poco los medios fueron aceptando (no del todo) este nuevo público.
Con una representación no tan amplia, pero en ese camino, vamos viendo personajes queer que se acercan a la norma. Empezamos a compartir, de a poco, el spotlight con la realeza de Disney. Ya tenemos derecho a un “vivieron felices por siempre”, la escena final del beso, de las nupcias, un hogar, los hijxs, la familia y ahora es nuestro el éxito y la felicidad
Pero… ¿el éxito de acuerdo a quién?
Luego de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad global comenzó a experimentar un crecimiento y prosperidad económicos sin precedentes. Las potencias mundiales tenían la urgencia de restablecer el orden de sus sociedades y el capitalismo tomó fuerza. En ese ambiente de prosperidad y crecimiento, los modelos de éxito social eran muy claros.
Surgió el ideal de la familia americana. En Estados Unidos se crearon inmensas zonas habitacionales que se anunciaban con típicas escenas familiares: la esposa usando un delantal, horneando un pie, mientras el esposo llegaba del trabajo y cargaba a sus hijos. Eso era la felicidad, una tranquila vida en los suburbios, custodiada por la esposa y mantenida por el esposo.
En América Latina sucedían fenómenos como el “milagro mexicano”, donde se veía un desarrollo económico como nunca antes y donde se imitaban los arquetipos de las nuevas potencias (capitalistas). Algunos de esos modelos siguen vigentes o se adaptaron: tener un negocio, un trabajo estable, una casa en los suburbios, un auto, una familia, una vida de hiperproductividad.
La inclusión y diversidad por la que luchamos (no sólamente la comunidad LGBTIQ+) se abren espacio y se ajustan a estas normas.
No tiene nada de malo seguir estos modelos de éxito, pero no son los únicos. Vale la pena detenernos un segundo, afinar una mirada crítica sobre lo que consideramos exitoso y cuestionarnos si sigue siendo válido para nosotrxs en este nuevo contexto.
Con el tiempo, mi mamá y yo nos dimos cuenta que no estaba destinado a la soledad. Y también supe que no era el único que tenía esta preocupación. Muchas personas en mi círculo social también temían lo mismo. Sin hijos, en una relación volátil, con una pareja atada a nada.
Siempre ha existido un miedo generalizado a estilos de vida similares, a la soledad. ¿Qué hay de inválido en decidir vivir una vida sin pareja?, ¿sin una familia?, ¿sin roles binarios heredados?
Dentro de esta nueva representación, sólo algunas realidades son visibilizadas. Lo “normativo”, lo “aceptable” sigue presente aún en esta “diversidad”. No importa que seas queer, siempre y cuando seas un hombre exitoso, blanco, masculino o una mujer linda, delicada y femenina. Cómprate una casa, adopta dos perros y vive en un matrimonio duradero y feliz. Genera dinero.
El éxito, el fracaso, la familia y los modelos de vida permean tanto en la discriminación, como en la inclusión.
Claro, proponer otras formas de vida no significa que debamos detener nuestra lucha por el matrimonio igualitario, las oportunidades de adopción, créditos inmobiliarios y seguridad social. La legalidad también nos da visibilidad y respeta la libertad de todxs.
Sin embargo es importante considerar otras comunidades: identidades binarias, comunidades indígenas LGBTIQ+, comunidad trans, etc. Y otros modelos: parejas sin hijxs, personas sin pareja, poligamia, gente sin un patrimonio fijo, comunidades, etc.
¿Qué es eso que nos enseñaron a desear? ¿Qué es lo que realmente deseamos?
En esta lucha por la diversidad debemos estar dispuestos a darle oportunidad a otras formas de tener éxito y redefinir el vocabulario que relacionamos con este. Derribar modelos, proponer contextos, otras formas de vida y construir nuevos deseos.
Esta transformación va más allá de género y preferencias sexuales. Se trata de representar la complejidad del ser humano.
La posibilidad de vivir alejadxs de lo que significa el éxito, e incluso dar un paso atrás y estar dispuestos a cuestionar y repensar qué es el éxito o el fracaso en un principio.
¿Qué significa la soledad? ¿Qué es una comunidad? ¿Qué es la riqueza? ¿Cómo luce el fracaso y qué oportunidades hay después de este?
Teniendo tantas expresiones e identidades, ¿por qué el éxito tendría que ser tan limitado?
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